He conocido decenas de jugadores que una vez puestos a entrenar se ven en la obligación de descubrir cosas importantes y abandonar los criterios que sostuvieron hasta ese momento. Ya no juegan bien los buenos jugadores, sino aquellos que cumplen tácticamente. Los gambeteadores pasan a entorpecer el funcionamiento del equipo, el toque deja de ser fundamento para darle lugar al pressing, el trabajo ocupa el lugar de la imaginación, y los fuertes y rápidos son, por supuesto, más útiles que los intuitivos y creadores.
Invierten los términos porque inconscientemente empiezan a creerse más importantes que los jugadores. Le dan preferencia a cosas que ellos pueden manejar y relegan aquellas que escapan a su control.
El mejor maestro, me dijo un día un profesor en la universidad, es aquél que termina pasando desapercibido.
Precisamente es lo que no quieren. Turbados por el mercado temen desaparecer del escaparate que significa la prensa, porque tienen miedo –justificado por otra parte- de caer en el olvido. Vivimos en una sociedad donde todo aquello que no aparece en la prensa es como si no existiera. Entonces terminan creyéndose que deciden los partidos al disponer tácticamente a sus jugadores y darles las “órdenes pertinentes”. Si sale mal, “los muchachos no cumplieron con lo hablado” y si sale bien “todo salió según lo planificado”.
Casi siempre sin querer, participan de una gran mentira y de paso contribuyen a anular el talento.
Porque el fútbol es orden y talento, como sintetizó Arsenio, pero el orden como punto de partida y el talento para resolver. Nunca al revés. Siempre los que deciden son los jugadores, aún en aquellos equipos excesivamente disciplinados. El orden y la disciplina táctica sirven en todo caso para empatar si las cosas salen bien, pero se necesita el talento de algún jugador para desequilibrar y ganar, si es que no sólo confiamos en la suerte de algún pelotazo afortunado.
Ángel Cappa "La Intimidad del Fútbol, Grandezas y Miserias, Juego y Entorno"
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